¿Qué nos están proponiendo esos “pactos verdes” dentro de la llamada Europa Verde y Digital? ¿Es posible la transición ecológica en ese marco? ¿Pueden caber ahí derechos básicos como la nutrición adecuada y la producción sostenible?
elsaltodiario.com. Ángel Calle*.- Tenemos un problema, en Extremadura y en Houston: compartimos un planeta que cuestiona nuestras formas de consumo y de relación con la naturaleza. Nuestros sistemas económicos, al estar presididos por un capitalismo global y crecientemente financiarizado, no consiguen ofrecer soluciones dignas para la gran mayoría del mundo. Digo “sistemas” en plural porque también nos reproducimos afortunadamente al margen de lo que dispone el caballero Don Dinero. Hablo aquí de trabajos no remunerados, apoyos que nos damos al margen de los mercados monetarizados, prácticas que invitan a autogestionar nuestra salud o nuestra alimentación, el cuidado comunitario de nuestras aguas y nuestros ecosistemas.
El problema, fundamentalmente, consiste en resistirse a colocar factores vitales de nuestra reproducción en el centro de los sistemas económicos. Un problema con dos grandes caras. La primera, la inviabilidad económica de transiciones propuestas desde las instituciones públicas y que tienen más de márketing “verde” que de cambios reales del Titanic consumista. La segunda cara se enmarca en un gran bloque socioambiental. Lo encabeza la creciente pérdida de fertilidad global para la producción futura de alimentos. Y junto a dicha pérdida, crecerán las desigualdades sociales que se disparan dramáticamente en esta transición suicida gobernada por los grandes mercados internacionales. Piénsese en la llamada “pobreza energética” o la “malnutrición” de los sectores empobrecidos de la población: son los mercados monetarios los que regulan este forzoso y forzado decrecimiento.
No hay “pacto verde” si al producir coches eléctricos usamos más recursos y contaminamos más que apostando por reciclar y reforzar el transporte público. No hay modo de proponer una subida del 10% del PIB sin que aumente al mismo tiempo el 6% de nuestra huella ecológica
Existen otras miradas, otras formas de hacer. En el lado económico, o desacoplamos del PIB nuestros horizontes de crecimiento en bienestar o seguiremos presa de un “invento metafísico para disciplinar a la gente” como recientemente afirmaba el ex-catedrático de Ecología Política Joan Martínez Alier. No hay “pacto verde” si al producir coches eléctricos usamos más recursos y contaminamos más que apostando por reciclar y reforzar el transporte público. No hay modo de proponer una subida del 10% del PIB sin que aumente al mismo tiempo el 6% de nuestra huella ecológica, según comparativas recientes. Las actuales apuestas “renovables” contienen más materiales no renovables. Una paradoja que, para más inri, se legitima a través de la pseudociencia del poder: “informes” que omiten una mirada global del metabolismo, de la reproducción de ecosistemas y de la viabilidad económica para lugares situados en la periferia industrial y de estos nuevos “pactos verdes”.
En el lado productivo y social, haríamos bien en poner las bases para enfrentarnos a las previsibles y recurrentes crisis en la producción de alimentos, que pagarán sobre todo las personas que ya “mal comen”. La primera gran amenaza proviene del avance del desierto en un 80% de la superficie de nuestro país y la alteración de microclimas y particularmente lluvias que garantizaban un comportamiento estable de variedades adaptadas al territorio. Precisamos construir un apoyo para que la pequeña producción abandone progresivamente el cóctel de agrotóxicos y monocultivos. Cóctel que afecta a la pérdida de biodiversidad general y cultivada, y que será un caldo de cultivo de superplagas comiendo de nuestras cosechas. A más insecticida, más insectos. A más depredación y contaminación globalizada (proveniente de la deforestación o el tsunami de macrogranjas), más coronavirus.
¿Qué nos están proponiendo los llamados “pactos verdes” que se enmarcan dentro de la llamada Europa Verde y Digital? Desde luego que su objetivo no es detener la furia del capitalismo internacional ni apuntarse a los principios agroecológicos. Ejemplo de ello son los acuerdos para la extracción a escala europea de las “tierras raras”, que siguen apostando por un consumo tecnológico que arrasará territorios y secará acuíferos. El programa De la Granja a la Mesa lo mismo valdrá a una red internacional de transportes que a un gran distribuidor europeo, pero no a la pequeña producción: Amazon Fresh o Lidl encajarán bien, y harán que el resto encaje, en una logística que exigirá compras locales (las cuales pueden haber viajado antes miles de kilómetros, así como sus insumos) pero no un cierre de ciclos.
Por otra parte, no habrá apoyos para una transición ecológica del sector convencional, no habrá dineros ni sistemas de extensión agroecológicas que los acompañen. Se siembra así cierta enemistad entre el grueso del campo y las apuestas ecológicas. Recientemente hemos sabido que las 12.000 empresas agrupadas en Ecoembes se han enfrentado a las administraciones y actores críticos del ecologismo social para que no se adopten políticas que hagan subir el escaso 25% de plástico reciclado (medida conocida en inglés como SDDR). Las propuestas de pactos “verdes” y “no verdes” insisten en impedir el cierre de ciclos que, en los últimos 12.000 años, venía fomentando sistemas más resilientes y locales como base de sistemas más globales, mediante el uso de minerales, aguas, conocimientos y biofertilización reproducibles desde y para un lugar acotado y no necesitado de grandes cantidades de petróleo.
El programa De la Granja a la Mesa lo mismo valdrá a una red internacional de transportes que a un gran distribuidor europeo, pero no a la pequeña producción
Precisamente, la agroecología expone que la relocalización alimentaria y la introducción de derechos básicos como la nutrición adecuada y la producción sostenible son elementos clave para promover y detectar cuándo un “pacto verde” es realmente una transición ecológica, y no un simulacro. Los principales subsistemas económicos en los que interviene la agroecología son: la producción y comercialización de alimentos, la integración agroganadera, la conformación de paisajes e infraestructuras urbanas y rurales para una mayor sostenibilidad, la formación e investigación aplicada a las transiciones ecológicas y energéticas, las políticas públicas que impulsan la relocalización agroalimentaria y la conformación de instituciones públicas y sociales que alientan agendas y derechos reales en torno a la nutrición adecuada y la transición hacia producciones sostenibles.
En todos estos ámbitos, opone a esos viejos pactos verdes una apuesta por la sustentabilidad con mayúsculas. Se trata de abandonar los programas de márketing alrededor de una “sostenibilidad” ya muy descafeinada desde que naciera como agenda política en los años 80. Y, en su lugar, apostar por las 3C: aumentar el cooperativismo, cerrar ciclos energéticos y materiales en cada biorregión, poner el cuidado de personas y ecosistemas como eje transversal de todas las agendas.
¿Qué está ocurriendo en Extremadura? Que somos alumnos y alumnas aventajadas en la presentación de “políticas verdes” que nos perjudican desde el punto de vista de la viabilidad económica, la salud o la fertilidad de nuestras comarcas
¿Qué está ocurriendo en Extremadura? Que somos alumnos y alumnas aventajadas en la presentación de “políticas verdes” que nos perjudican desde el punto de vista de la viabilidad económica, la salud o la fertilidad de nuestras comarcas. En los dos últimos meses, el gobierno extremeño está sembrand ocon decenas de autorizaciones ambientales la proliferación de macrogranjas en la región. Se insiste en una Extremadura minera, con más de 200 proyectos impulsados sin legitimidad ciudadana, cuando las políticas de reciclaje de litio son ya las apuestas centrales de países como Alemania. Básicamente porque las apuestas extremeñas se reducen a producir un par de fábricas que estarán obsoletas en 20 años, y el segundo es el futuro plausible para crear empleo. El plan de Agricultura Ecológica se queda en el papel, sobre todo en la producción de titulares. Estos días hemos visto la difusión del dato de la incorporación de 10.000 nuevas hectáreas en los últimos tres años con certificación ecológica en la región. Pero este dato “vistoso” no sirve para vestir la agricultura ecológica en Extremadura: más de la mitad de esta superficie son pastos permanentes, no producción hortofrutícola o ganadera; es la quinta región en superficie en España pero bajamos al puesto 12 en elaboradores y comercializadores.
La agroecología invita a hablar de sistemas agroalimentarios resilientes, que cierran ciclos y atienden nuestras necesidades humanas. Pasa por recuperar redes de acompañamiento de la producción convencional, una extensión agroecológica hecha con los saberes de personas técnicas y practicantes. Precisa el impulso de la compra pública que garantice la nutrición saludable. Y, por supuesto, asume mental y físicamente que debemos identificar el “numerito” del PIB (en tanto que dígito y proyecto espectacular) como medida de nuestro creciente malestar.
Ángel Calle: Agricultor ecológico en el Valle del Jerte, Gerente Cooperativa EcoJerte